El Gabo. |
Nosotros
hablamos de pescaditos de colores, y hormigas míticas que se comen herederos de
familias con apellidos “buongiornos”. Nosotros escribimos anécdotas de vida y
de muerte, en barcas salvadoras de naufragios o en misivas que se van
acumulando en el tiempo. Nosotros garabateamos amores verdaderos e incólumes que
nacen en la senectud. Escribimos también de ancianos olvidados que en medio de
la fantasía experimentan el desasosiego de la espera y como la misma es tediosa
y aburrida, nos gusta hacer saltos en la línea del tiempo. Nosotros hablamos
con total cotidianidad de la geofagia y de la esquizofrenia vívida. Nosotros
exhibimos con naturalidad nuestras cuencas de ignorancia para delimitar el alma
de los pueblos. Nos gusta narrar triángulos amorosos con antonomasia.
Platón solía
describir al tiempo como una imagen móvil de la eternidad y nosotros con
maestría lo hemos sabido maniobrar; hasta podríamos decir que ha quedado inserto
nuestro recado para la infinitud.
Aunque nuestro
carácter efímero nos arranque de la nada y sin previo aviso de nuestro hábitat
creador, seguimos siendo los eternos propietarios de la metáfora y del símil
literario; con un orgullo tenaz de latinoamericano que sabe hacernos
universales en la deidad omnipotente de las letras.
Nosotros
poseemos la sensibilidad genuina y la honradez tremenda de no abandonar a las
clases olvidadas aunque el mundo nos enaltezca, y nos aventuramos a contar
historias que otros no se atreverían a confesar. Nosotros hacemos gala de una
sabiduría humilde a la intemperie del autoproclamado sofismo del prójimo
contemporáneo y extemporáneo. Nunca perdemos nuestra esencia e identidad, no
olvidamos que venimos de Aracataca o de Macondo, ni que aprendimos a “comer
mierda”.
Nosotros nos
llamamos Gabriel García Márquez, nos convertimos en latinoamericanos ecuménicos,
nos hacemos con el Premio Nobel de Literatura, conquistamos la controversia con
nuestra genialidad y hoy nos tocó aprender a decir adiós ante la muchedumbre apesadumbrada.
Somos los
dueños de la metáfora que es una quimera de las letras, hecha por y para
nosotros: mestizos de razas quiméricas.
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