lunes, 30 de noviembre de 2015

Secuela.

Pintura del austríaco Egon Schiele

    Aún recuerdo los últimos días, cuando te visitaba en tu antigua casa en la gran avenida. Solía salir de ahí con el corazón descompuesto, a patear las aceras hasta la parada del autobús, sintiéndome miserable por tantos intentos fallidos, con la esperanza muerta y las manos en los bolsillos.

    Era un adicto.

    Por supuesto que me daba cuenta de tu desplante, pero no tenía otras opciones. La esperanza, como una vez predijo Nietzsche, me resultó un camino viable, procrastinar era menos doloroso.

    Lo pienso hoy, varios años después, pasando por la gran avenida. Claro, sin furia, ni corazones descompuestos. Con conciencia de un recuerdo que se volvió insignia, sin rencores.

    Te perdoné el desdén y todas esas veces que nos rompimos el alma. Coño, pero lo que no te he perdonado es esta jodida secuela: nadie después de ti ha aprendido a mitigarme la misantropía postorgásmica.

lunes, 16 de noviembre de 2015

Una carta.

Anhelada Rosario,


    Ahora que te veo por casualidad, después de la deslumbrante impresión adolescente que tenía de ti, se me han revuelto algunas indecisiones. Creo que  se me había olvidado lo indefenso que me vuelvo cuando decides mirarme con esos ojos que regalan amaneceres y divinas calamidades. Te pido que no ponderes cuán fácil me fue deshacerme de esa sensación de aislamiento que me brinda la dimensión de tu mirada. Ya sabes que han pasado doce años.

    Cuando abandonaste este Barquisimeto con sus famosos cielos psicodélicos, acordamos no llorar. Tú sentiste que el país te hizo suficientes desplantes y no te quité la razón, muchos venezolanos sentían y sienten lo mismo aún hoy. Cruzaste el gran charco persiguiendo la serenidad que brinda el primer mundo y a juzgar por el aspecto que tenías en Santa Rosa la otra tarde, lo conseguiste. No sé cuantas cosas más conseguiste y no me muero de la emoción por averiguarlas para serte franco; más bien me produce desasosiego imaginar que el olvido embargó tus sentimientos, o tan siquiera esa sonrisa tonta e ingenua que se me sale cuando evoco nuestros pequeños momentos, que me da ilusión pensar que también se te sale.

     Sé que vas a decir que no peleé por ti, que nunca fui un ancla para quedarte. Cuando nos despedimos, parados sobre la obra de Carlos Cruz Diez afirmabas con vehemencia que yo nunca te di una señal de seguridad en aras a la futuridad, a nuestra futuridad. No te lo discuto, siempre te dije que nunca fuimos más que amagos. En realidad ni siquiera estoy seguro que recuerdes todo eso, quizá ni me recuerdes a mí.

    Rosario, esta no es una carta para pedirte perdón. El perdón quedó enjaulado en el pasado reprimido que ambos nos dimos. Fueron tardes de amargura mirando al Atlántico en el mapamundi  y calculando que no habías conseguido una mejor muralla, digamos que es demasiada agua y unas cuantas bestias oceánicas para dos cobardes.

    Aunque no lo creas, te amé. Y te sigo amando, como no he podido amar a más nadie en estos doce años. El límite de mi desfachatez y cobardía llegó al límite de volverte irremplazable, y ahora que te vuelvo a ver comprendo que podría soportar amarte cada doce años, cada quince, cada veinte o cada vez que la casualidad nos enfrente. No importa que te vayas, si puedo amarte in situ y creerme feliz aunque sea un ratico. Si Rosario, con estoy te estoy diciendo que soy feliz desde que te vi otra vez. Soy feliz aunque he estado con otras mujeres y también he roto injustamente algunos corazones; pero no puedo evitar bloquear solo para ti ese sentimiento que otras me han exigido. Reconozco que soy canalla, irremediablemente en eso me convertí.

    Es por eso que en esta carta asumo la desvergüenza de pedirte que me dejes reconquistarte, que te permitas vivir un trance conmigo, quiero que dejes amarte aunque sea fugazmente por el tiempo que pienses estar de visita. Permíteme amarte como chiquillo, como te amé y nunca te dejé de amar; solo un niño puede amar sin pensar tanto en futuro y formalidades. Déjame ladrarle a la noche otra vez por ti. Sé que ineludiblemente nos separaremos de nuevo, y seguirás opinando que soy un cobarde, pero entiende que la felicidad se toma por tragos, el resto es pura melancolía y anhelo.

    Mi amada Rosario, acepta esta locura y descarta el resentimiento del pasado. Será nuestra parodia de felicidad, la botella cuyos dulces sorbos dejamos guardados para ocasiones especiales. Quiero demostrarte que el amor no sufre de óxido

    Con ardor, te esperaré el viernes en nuestro restaurante favorito que aún existe,
           
   Ricardo.





* Carta compuesta para el concurso anual venezolanoCartas de Amor.




domingo, 15 de noviembre de 2015

Viernes 13.

El hombre debería aceptar su levedad,
                             su fugacidad,
                                 su sandez. 

Tal vez porque los viernes trece redundan sin ese peso de conciencia.

 

Tu apuesta.

Fotografía de Jessica Rodríguez. Ver su trabajo en Instagram: @jessphotopop

Admiro la astucia que tienes para tentarme la traquilidad. Vienes con tu embargo a monopolizarme la mirada. El aroma de tu cercanía es una marca imborrable y un tatuaje para la memoria.

Yo conozco este provisional encanto, he caído antes en él. Sentarme a observar el movimiento de tus ojos y el recorrido de tus labios cuando hablas. Estoy conciente que me provocas con total propósito y me dejo aducir.

Seducir, quizá sea un deporte. Lo comprendo. Un volcán puede prenderse y después pueden esquivarse las cenizas. Demostrar sagacidad es mejor que cualquier trofeo.

La voluntad del hombre es solo una itinerancia. Una itinerancia cuando aparece alguien como tú.

domingo, 8 de noviembre de 2015

Espejismo.

Cuando cruzas la raya
tu memoria muta,
se sacude, se exprime.


De cualquier forma
los recuerdos son
estorbos de progresión.


Perdido en anatemas,
y en alucinaciones
viste lo que quisiste ser.


Fuiste un desliz
del espacio - tiempo
y una víctima


de tus propias proyecciones.