jueves, 22 de enero de 2015

La calle repetida.



Una calle, de esas que parecen repetirse una y otra vez, en una ciudad hipotética, de un país hipotético; fue el escenario. Aquella mañana circulaban transeúntes y automóviles, igual que todos los días, con sus embotellamientos y sus colapsos; sus semáforos descalibrados, sus peatones de caras largas y mirada de incertidumbre. No era como en otras ciudades en las que se ve a transeúntes andar cada uno inmiscuido en su propio mundo, con las manos soldadas en los bolsillos y la mirada indiferente a un entorno sórdido. En la ciudad hipotética los ciudadanos se miraban unos a otros, como si cada quien tuviese una aprensión del otro, como si quisieran envolver sus ideas en bolsas negras o botellas oscuras para que no pudiesen ser vistas por otros.



Aquel era un pueblo acallado por el poder de la difusión, obligado a creer con dudas que  los vacíos sociales en los que el estado era impotente -pese a todos sus tentáculos- eran consecuencia de saboteos por intereses económicos opuestos y de la manipulación mediática. Ciertamente muchos intelectuales, académicos y estudiosos reconocían la diatriba económica y la plantación del caos por parte de los intereses económicos privados, que se sentían en un jaque inmediato cuando un gobierno postulaba un perfil izquierdista, al menos en apariencia. El economista más influyente del país, con sus admirables estudios y montones de libros que a grosso modo parecieron heredarle una lucidez suprema se encargó de instruir a los entusiastas con una no breve historia de cómo los intereses capitalistas hacían un frente talante y avasallante a las pobres revoluciones que buscaban llenar los vacíos sociales de la desigualdad, historia que se repetía en el país hipotético y en varios países del extranjero que habían vivido revoluciones equivalentes previamente. Pero la mayor parte de la ciudad no estaba interesada en comprender el porqué de la guerra económica, que si bien podía ser cierta la explicación, indistintamente quien fuese el culpable, daba la misma consecuencia.  



Sea como fuese, para algunos ciudadanos comunes, de a pie como se dice popularmente, les resultaba un tanto incoherente la proyección de culpas como si se jugara la papa caliente con los vacíos sociales. Otros ciudadanos se aprovechaban del caos y de la incertidumbre ajena para obtener algún beneficio, la mayor parte de ellos lucrativo. Algunos  eran ajenos a la realidad por poseer posiciones privilegiadas, que a lo cierto eran inamovibles aunque hubiese una terrible administración del estado. Finalmente el gobierno de ese país hipotético se aprovechaba del descalabro social, de la inestabilidad psicológica de los ciudadanos que los obligaba a vivir con tanta rapidez que no les daba tiempo para detenerse a analizar con un adecuado tono de racionalidad la situación vivida.


Los ciudadanos  caminaban rápido como disonantes con el tiempo que parecía no rendirle para afrontar tantas dificultades. Eran modelos perfectos de la esclavitud moderna, sin látigos literales pero si figurativos y bastante impíos. Esa mañana al igual que todos los días caminaban y en sus ojos se  proyectaba el gris de la desidia. Los contranalíticos, como los denominaba el gobierno, asomaban la incongruencia del postulado del economista más influyente; postulado que consideraban inviable puesto que la mayor parte del sector primario, secundario y terciario de la economía estaba en manos de las empresas del estado, era por lo tanto absurdo atribuir culpas a la empresa privada. Algo de correcto tenía el planteamiento, desde que el gobierno se instauró en el poder comenzaron masivamente expropiaciones de empresas privadas como ocurre típicamente en los gobiernos de izquierda científica; gran parte del pueblo estuvo de acuerdo con tales acciones debido a que según como se explicaba, las mismas afianzaban los derechos arrebatados por los intereses del capital despiadado e indolente. Los intelectuales, que en su mayor parte suelen luchar desde sus trincheras racionales a favor de utopías, afirmaron en su momento que el estado siendo empleador lucharía por los derechos negados a los ciudadanos históricamente.



Sin embargo, la descripción del estado despersonalizado es francamente una utopía. Lamentablemente para los ciudadanos del país hipotético el estado era administrado por personas, que al ser obsequiadas con la administración del poder a fuerza de sufragio -o de otras fuerzas más poderosas y menos honestas- se contaminaban de la vileza a costa de mantener un beneficio personal gigantesco. Muchos ciudadanos se daban cuenta de tal desgracia, pero el látigo de la neo esclavitud les exigía atrozmente que no se detuviesen, y habría sido imposible para ellos formular un reclamo consecuente y suficientemente fuerte al respecto. Por supuesto, no faltaban los ciudadanos que a diario eran enmudecidos por un soborno escabroso y escuálido que si bien no era justo, les resultaba conveniente, como quien está bien con dios y con el diablo. Los afortunados merecedores de la corrupción eran grandes fuerzas, ya sea por masa, o sea por ser trabajadores de las armas. Todo les era posible, como es bien sabido el dinero es capaz de comprar algunas conciencias.



Había además otros tipos de ciudadanos que luchaban francamente y a brazo partido por la utopía de un estado justo y enmendador. Estos sufragaban concienzudamente, en la flor de su ingenuidad, dándole una fuerza al gobierno que tal vez no merecía. Ululaban también los que eran considerados patriotas, no por amar a su país hipotético, sino al gobierno del país hipotético. Empero, esa mañana, en esa calle repetida, era imposible reconocer los tipos de ciudadanos que circulaban, venían todos mezclados, sin un orden lógico; tal y como ocurre en el día a día de todas las ciudades del mundo en los que el anonimato les hace parte consonante en su definición.



Por encima de las ideas preconcebidas de cada ciudadano, basadas individualmente en un conocimiento empírico o científico, teórico o práctico, estaba una realidad tajante: el vacío social alcanzaba una cúspide ese día. Había dilema e inseguridad en el terreno que podrían pisar, el futuro no era más que papel periódico con críticas y verborreas, los semáforos descalibrados no despuntaban con la desarmonía del sentir ciudadano. Las caras largas con los ojos perdidos hubiera sido una perfecta musa para cualquier poeta que tuviera si quiera una pizca de sensibilidad social.



La gente andaba por la calle como centinelas, patrullando inexplicablemente el entorno mientras se embebían en sus propias contrariedades.



 Aquella mañana una tienda de la calle repetida bajó su santamaría para recibir un cargamento de víveres, no se supo en el momento cuales eran los que recibiría. Instantes después se oían exclamaciones que provenían de los transeúntes que estaban cerca de la tienda, gritando improperios que reflejaban una desesperación animal. La fuerza de las masas se hizo sentir en un santiamén, los ciudadanos hicieron estragos en la distribución de la tienda: comenzaron a robarse los víveres mientras corrían como desquiciados y apedreaban el frontal de la tienda. No tardaron en llegar las fuerzas del orden público y hacerse notoria la batalla campal, tristemente incivil, entre individuos conducidos al borde de la desesperación y asalariados conscientes del riesgo de enfrentar una masa enfurecida. Todo pasó muy rápido, al cabo de unos minutos posteriores, ya estaban siendo enumerados los múltiples heridos, se calculaban las pérdidas materiales del cargamento de víveres y comenzaba a hacerse insoportable el embotellamiento de vehículos en la calle que impedía el paso de ambulancias y medios de comunicación.



Pero aquel triste incidente, en esa hipotética ciudad, de ese hipotético país no condujo a la reflexión a ninguno de los sectores. Todos se exculpaban y señalaban abiertamente a posibles responsables. No faltaba quien culpaba a la prensa de escandalosa y manipuladora, a los intereses capitalistas o al gobierno corrupto, sin detenerse a pensar que cuando los residentes de un país, por hipotético que sea, deciden tomar la justicia en forma bruta y desordenada las constantes disertaciones están de sobra. El estudio de las causas se reduce a nada, cuando las consecuencias finales son las mismas: el malestar sostenido del pueblo de a pie que lo lleva al colapso de la consternación y finalmente a recuperar con atrocidades irracionales lo que le es negado.



Siguió entonces repitiéndose la historia, aunque con compongas diferentes,  mientras los intelectuales y contranalíticos se empeñaban neciamente en anteponer la palabra a las acciones.



jueves, 15 de enero de 2015

Enfrentamiento a la simplificación.


"La simplicidad es la máxima sofisticación."
 Leonardo Da Vinci.


Corren kilómetros de imaginación
que van dando saltos redoblantes
poblando mi llanura agria,
mientras discurren por tu lienzo
matices opuestos y desdenes
que desafían a mi negro sideral

        -casi absoluto-

como una fuente infinita de ángulos
que rebotan en el aciago espejo,
tu chorro de visiones
dan debates ancestrales como sofismos
que en la antigua Grecia
hubiese hecho florecer polémicas

tu puntada relámpago simplifica
ergo, las palabras endulzan
mi fábula del mal versus el bien
sin mayor argumentación silogística
sin la usual soberbia retórica
      -a la que estoy habituado-
es mi hecho versus tus creencias adverbias

mi pensamiento critico al ser depurado
es un perro persiguiendo su cola
no sin cierta elegancia
pero el trazado pragmático que ofreces
reparte algunas ideas finadas
que se me habían fugado

    van siendo una respuesta: cuatro
    al dos más dos que me atormenta-ba.

jueves, 8 de enero de 2015

La contienda.



Tatami.



 "Plantación adentro camará/ es donde se sabe la verdad/ es donde se aprende la verdad."
Plantación Adentro - Rubén Blades.


La leyenda inició el día de la gran pelea. Los medios de difusión estallaban sin olvidar su habitual sensacionalismo, la radio, el periódico, el twitter. La televisión no, no podemos olvidar que existe cierta censura en estos tiempos, así sea en los medios internacionales quienes orgullosos muestran sus perspectivas sesgadas. Recordemos que el muestreo correcto es lo más importante para poder describir en forma más o menos fidedigna a un universo. Pero eso no viene al caso, lo cierto es que en esa pelea  los contrincantes, desde mi punto de vista, eran bastante desiguales. ¡Tenían alcances tan diferentes! No creí nunca que pudieran medirse en un tatami.



Llegada la hora de la pelea el primer contrincante entró brioso al terreno, agitando los puños en el aire, gritando consignas aplastantes contra el enemigo. No sé si este último le oía porque no se le veía por ahí. Los que sí veían y oían, como espectadores, cualesquiera fuera su ubicación, se sentían afortunados por no ser el antagonista de ese furioso arrojo. El primer contrincante además de recio ostentaba unas dimensiones colosales, al menos en corpulencia, y en el juego psicológico que también forma parte de las peleas, la balanza se inclinaba totalmente hacía el primer contrincante. Se escuchaban declames como un arrullo ubicuo, omnipresente, el primer contrincante afirmaba con toda seguridad que el enemigo no tendría oportunidad contra él. Pero el segundo no aparecía. Todos miraban a las cámaras, había una tormenta de flashes, los puños cerrados eran intimidantes; se notaba a leguas que traían su tiempo de cosecha de todo aquel resentimiento. Creo que en los anales de la historia está demostrado que la fuerza responsable de movimientos y rebeldías ha sido el resentimiento, y no el amor como muchas ideologías y religiones han pretendido decir. De todas maneras, eso tampoco viene al caso.



Las leyes de la contienda estaban echadas al entendimiento. El twitter con sus libertades y libertinajes a diario las recordaba, todo el mundo tenía, tácito en su mente, el concepto que el primero que pusiera un pie fuera del tatami perdería la pelea. Pasaba el tiempo y el primer contrincante seguía aguardando por el segundo, que ni señales de humo daba. Desde el principio, siempre me llamó poderosamente la atención que en esta pelea además de discordancia, tampoco se contaba con un réferi. De hecho se echaba tanto de menos uno y era tanta la anarquía subsecuente que antes de mostrar los dictámenes reglamentarios, las características, habilidades y debilidades de cada combatiente; ya el primer combatiente estaba montado en el tatami invadiendo con sus dimensiones magnánimas los espacios del terreno por el que se luchaba la aquiescencia.  



Yo pensaba que como en otros tatamis del mundo, la demora del contrincante sería interpretada como una derrota por forfait. Al menos se hubiese exigido la dimisión sobrentendida por las diferencias volumétricas que están descritas líneas atrás; pero una cosa piensa el burro y otra el que lo arrea, y en esta gran pelea yo no era más que un observador.



Comenzaron a aparecer como kamikazes los que estaban a favor del segundo contrincante, llamaban revoltoso a su ímpetu. Lanzaban dardos desde la invisibilidad que les proporcionaba infiltrarse en las filas del enemigo. Un dardo a la corva, otro al talón de Aquiles –que siempre es un punto débil en los colosos bañados en la Estigia-, varios para la columna vertebral. Al principio la bestia grandiosa parecía enfurecerse más, parecía que los golpes le daban más fuerza a su resentimiento. Ya había dicho yo al inicio que era una pelea muy desigual. Seguía pasando el tiempo, se aclamaba enardecido al segundo contrincante,  y este no aparecía. El twitter, obseso en su libertad y anonimato, le llamaba cobarde; en las radios hubo un paradójico halo de mutismo protagonizado por la música, los periódicos denunciaban los dardos con el proyectil agresor en mano y restos de sangre, de acuerdo a como fuera su afinidad se declaraba culpable al uno o al otro. A los neutrales, a los que Dante les prometió el infierno, pero que nunca han dejado de existir les parecía que las acciones de cada bando eran un teatro; o peor, un juego de marionetas. La televisión internacional servía del camorrero típico, ustedes entienden perfectamente a lo que me refiero. El primer contrincante picaba el anzuelo y seguía batiendo los puños en el aire, como si con eso le golpeara la quijada al enemigo que anhelaba tener al frente.



Luego el segundo contrincante apareció en las roídas televisoras censuradas anunciándole a su retador que en tanto él quisiese entrar en la contienda se acabaría al cabo de segundos. Al parecer parecía muy seguro de la adhesión que tenía para mantenerse firme en el tatami. Yo me preguntaba cómo iba a ser esa lucha, sin duda sería técnica lo que usaría porque en fuerza estaba visto que el primer contrincante llevaba la ventaja. Mientras tanto los dardos caían inclementes en algunos puntos claudicantes. El tiempo pasaba y los puños al aire ya no eran tan vigorosos, amainó paulatinamente el arrullo. El primer contendiente estaba entendiendo que el segundo jugaba con el tiempo, en él se estaba transformando en un verdadero resistente. Pero seguían los golpes de los kamikazes, eran ineludibles. El gigante era como un Gulliver en medio de liliputienses infiltrados.



El sensacionalismo del inicio fue haciéndose realismo, hasta los medios internacionales se estaban aburriendo de la bronca. Razón tenía mi abuela al decir que el mayor escándalo del mundo duraba máximo tres días. El segundo contrincante seguía sin aparecer y el primero se fue debilitando y dispersando, ya sea aburrido por la inacción o sea por los dardos que le hacían sangrar las coyunturas. Estoy seguro que eso se hubiese evitado si un árbitro fuera mediado la pelea, pero ya se sabe que para esta desigual y curiosa contienda no se contaba con uno. Tal vez por miedo a ser golpeado por un puño perdido, o más bien un dardo perdido. Es cierto que en cualquier tatami del mundo se le asegura la integridad al réferi, o al menos se fabrica la misma a base de fuerza y/o amenazas. Pero no vale la pena arar en el mar, sabiéndose desde el inicio que esos beneficios deseables no existieron en este tatami.



De un momento a otro se apareció en el tatami el segundo contrincante, no sin sorprender a su enemigo, probablemente eso era lo que aguardaba al jugar con el tiempo. Le plantó con exceso de arrogancia un golpe descomunal en la mandíbula al primer contrincante, y este que había perdido por completo la base de sustentación se comenzó a desparramar lentamente fuera de las fronteras del tatami. No hacía falta un árbitro para declarar con total seguridad y desconcierto quien había sido el ganador absoluto e indiscutible de la contienda.



Como tal vez se pueda deducir, por las dimensiones extraordinarias del primer contrincante, aún hoy sigue cayendo fuera del tatami, triste y resignado al entender que contra el tiempo, la trampa y la imperturbabilidad del segundo contrincante no hubiese podido; a menos, claro está, que hubiese un respeto a las reglas preestablecidas, pero eso no iba a suceder, justamente porque por  ese irrespeto es que se había cultivado el resentimiento que había iniciado la querella a muerte.



Fue así como inicio entonces, la migración masiva de venezolanos –o primer contrincante- al exterior. Como dije anteriormente eran tales sus dimensiones que después de ese golpe del segundo contrincante aún hoy siguen cayendo fuera del tatami de novecientos dieciséis mil cuatrocientos cuarenta y cinco kilómetros cuadrados.
 

miércoles, 7 de enero de 2015

La evasión.

"Si uno conociera lo que tiene, con tanta claridad como conoce lo que le falta."
Mario Benedetti.

  El paraíso casi siempre es una plaza olvidada ubicada en algún lugar cotidiano. Es un terreno ilusorio, de ensueño, con características sublimes marcadas. Tiene colores inenarrables y formas que le son indescriptibles hasta a la poesía renacentista, siempre tan divina y dedicada. De vez en vez, alguien se encuentra con la magnificencia de su figura y se pierde cayendo en cuenta de su estupidez. Logra fusionarse con el entorno que lo absorbe armónicamente.

   La plaza nunca está cerrada. La mayor parte del tiempo se observa a través de unos ventanales, y en algunas ocasiones más tristes, es una imagen fulgurante que se ve en una pantalla rectangular -las modernas son hasta curvas-. Creo que los hombres se mueven muy rápido y no reparan en él, demasiada inteligencia o demasiada idiotez. ¿Cuántos se quedan mirando y no se dan cuenta que lo tienen en sus narices?

   Yo veo que los hombres buscan abrazar la gloria evadiendo ciegamente los tentáculos incontables del paraíso. Creen verlo y osan buscarlo, pero a diario le ignoran; con sus síntomas y sus humores colosales.

   ¡Ay de las leyes del hombre, si este tuviese la certeza que el mundo es su propio paraíso!