Tatami. |
"Plantación adentro camará/ es donde se sabe la verdad/ es donde se aprende la verdad."
Plantación Adentro - Rubén Blades.
La
leyenda inició el día de la gran pelea. Los medios de difusión estallaban sin
olvidar su habitual sensacionalismo, la radio, el periódico, el twitter. La
televisión no, no podemos olvidar que existe cierta censura en estos tiempos, así
sea en los medios internacionales quienes orgullosos muestran sus perspectivas
sesgadas. Recordemos que el muestreo correcto es lo más importante para poder
describir en forma más o menos fidedigna a un universo. Pero eso no viene al
caso, lo cierto es que en esa pelea los
contrincantes, desde mi punto de vista, eran bastante desiguales. ¡Tenían
alcances tan diferentes! No creí nunca que pudieran medirse en un tatami.
Llegada
la hora de la pelea el primer contrincante entró brioso al terreno, agitando
los puños en el aire, gritando consignas aplastantes contra el enemigo. No sé
si este último le oía porque no se le veía por ahí. Los que sí veían y oían,
como espectadores, cualesquiera fuera su ubicación, se sentían afortunados por
no ser el antagonista de ese furioso arrojo. El primer contrincante además de recio
ostentaba unas dimensiones colosales, al menos en corpulencia, y en el juego
psicológico que también forma parte de las peleas, la balanza se inclinaba
totalmente hacía el primer contrincante. Se escuchaban declames como un arrullo
ubicuo, omnipresente, el primer contrincante afirmaba con toda seguridad que el
enemigo no tendría oportunidad contra él. Pero el segundo no aparecía. Todos
miraban a las cámaras, había una tormenta de flashes, los puños cerrados eran
intimidantes; se notaba a leguas que traían su tiempo de cosecha de todo aquel
resentimiento. Creo que en los anales de la historia está demostrado que la
fuerza responsable de movimientos y rebeldías ha sido el resentimiento, y no el
amor como muchas ideologías y religiones han pretendido decir. De todas maneras,
eso tampoco viene al caso.
Las
leyes de la contienda estaban echadas al entendimiento. El twitter con sus
libertades y libertinajes a diario las recordaba, todo el mundo tenía, tácito
en su mente, el concepto que el primero que pusiera un pie fuera del tatami
perdería la pelea. Pasaba el tiempo y el primer contrincante seguía aguardando
por el segundo, que ni señales de humo daba. Desde el principio, siempre me
llamó poderosamente la atención que en esta pelea además de discordancia,
tampoco se contaba con un réferi. De hecho se echaba tanto de menos uno y era tanta
la anarquía subsecuente que antes de mostrar los dictámenes reglamentarios, las
características, habilidades y debilidades de cada combatiente; ya el primer
combatiente estaba montado en el tatami invadiendo con sus dimensiones magnánimas
los espacios del terreno por el que se luchaba la aquiescencia.
Yo
pensaba que como en otros tatamis del mundo, la demora del contrincante sería
interpretada como una derrota por forfait. Al menos se hubiese exigido la dimisión
sobrentendida por las diferencias volumétricas que están descritas líneas atrás;
pero una cosa piensa el burro y otra el que lo arrea, y en esta gran pelea yo
no era más que un observador.
Comenzaron
a aparecer como kamikazes los que estaban a favor del segundo contrincante,
llamaban revoltoso a su ímpetu. Lanzaban dardos desde la invisibilidad que les
proporcionaba infiltrarse en las filas del enemigo. Un dardo a la corva, otro
al talón de Aquiles –que siempre es un punto débil en los colosos bañados en la
Estigia-, varios para la columna vertebral. Al principio la bestia grandiosa
parecía enfurecerse más, parecía que los golpes le daban más fuerza a su
resentimiento. Ya había dicho yo al inicio que era una pelea muy desigual.
Seguía pasando el tiempo, se aclamaba enardecido al segundo contrincante, y este no aparecía. El twitter, obseso en su
libertad y anonimato, le llamaba cobarde; en las radios hubo un paradójico halo
de mutismo protagonizado por la música, los periódicos denunciaban los dardos
con el proyectil agresor en mano y restos de sangre, de acuerdo a como fuera su
afinidad se declaraba culpable al uno o al otro. A los neutrales, a los que
Dante les prometió el infierno, pero que nunca han dejado de existir les
parecía que las acciones de cada bando eran un teatro; o peor, un juego de marionetas.
La televisión internacional servía del camorrero típico, ustedes entienden
perfectamente a lo que me refiero. El primer contrincante picaba el anzuelo y
seguía batiendo los puños en el aire, como si con eso le golpeara la quijada al
enemigo que anhelaba tener al frente.
Luego
el segundo contrincante apareció en las roídas televisoras censuradas anunciándole
a su retador que en tanto él quisiese entrar en la contienda se acabaría al
cabo de segundos. Al parecer parecía muy seguro de la adhesión que tenía para mantenerse firme en el tatami. Yo me preguntaba cómo iba a ser esa lucha,
sin duda sería técnica lo que usaría porque en fuerza estaba visto que el
primer contrincante llevaba la ventaja. Mientras tanto los dardos caían
inclementes en algunos puntos claudicantes. El tiempo pasaba y los puños al
aire ya no eran tan vigorosos, amainó paulatinamente el arrullo. El primer contendiente
estaba entendiendo que el segundo jugaba con el tiempo, en él se estaba
transformando en un verdadero resistente. Pero seguían los golpes de los
kamikazes, eran ineludibles. El gigante era como un Gulliver en medio de
liliputienses infiltrados.
El
sensacionalismo del inicio fue haciéndose realismo, hasta los medios
internacionales se estaban aburriendo de la bronca. Razón tenía mi abuela al
decir que el mayor escándalo del mundo duraba máximo tres días. El segundo
contrincante seguía sin aparecer y el primero se fue debilitando y dispersando,
ya sea aburrido por la inacción o sea por los dardos que le hacían sangrar las
coyunturas. Estoy seguro que eso se hubiese evitado si un árbitro fuera mediado
la pelea, pero ya se sabe que para esta desigual y curiosa contienda no se
contaba con uno. Tal vez por miedo a ser golpeado por un puño perdido, o más
bien un dardo perdido. Es cierto que en cualquier tatami del mundo se le
asegura la integridad al réferi, o al menos se fabrica la misma a base de
fuerza y/o amenazas. Pero no vale la pena arar en el mar, sabiéndose desde el
inicio que esos beneficios deseables no existieron en este tatami.
De
un momento a otro se apareció en el tatami el segundo contrincante, no sin
sorprender a su enemigo, probablemente eso era lo que aguardaba al jugar con el
tiempo. Le plantó con exceso de arrogancia un golpe descomunal en la mandíbula
al primer contrincante, y este que había perdido por completo la base de sustentación
se comenzó a desparramar lentamente fuera de las fronteras del tatami. No hacía
falta un árbitro para declarar con total seguridad y desconcierto quien había
sido el ganador absoluto e indiscutible de la contienda.
Como
tal vez se pueda deducir, por las dimensiones extraordinarias del primer
contrincante, aún hoy sigue cayendo fuera del tatami, triste y resignado al
entender que contra el tiempo, la trampa y la imperturbabilidad del segundo
contrincante no hubiese podido; a menos, claro está, que hubiese un respeto a
las reglas preestablecidas, pero eso no iba a suceder, justamente porque por ese irrespeto es que se había cultivado el
resentimiento que había iniciado la querella a muerte.
Fue
así como inicio entonces, la migración masiva de venezolanos –o primer contrincante-
al exterior. Como dije anteriormente eran tales sus dimensiones que después de
ese golpe del segundo contrincante aún hoy siguen cayendo fuera del tatami de
novecientos dieciséis mil cuatrocientos cuarenta y cinco kilómetros cuadrados.
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