jueves, 8 de enero de 2015

La contienda.



Tatami.



 "Plantación adentro camará/ es donde se sabe la verdad/ es donde se aprende la verdad."
Plantación Adentro - Rubén Blades.


La leyenda inició el día de la gran pelea. Los medios de difusión estallaban sin olvidar su habitual sensacionalismo, la radio, el periódico, el twitter. La televisión no, no podemos olvidar que existe cierta censura en estos tiempos, así sea en los medios internacionales quienes orgullosos muestran sus perspectivas sesgadas. Recordemos que el muestreo correcto es lo más importante para poder describir en forma más o menos fidedigna a un universo. Pero eso no viene al caso, lo cierto es que en esa pelea  los contrincantes, desde mi punto de vista, eran bastante desiguales. ¡Tenían alcances tan diferentes! No creí nunca que pudieran medirse en un tatami.



Llegada la hora de la pelea el primer contrincante entró brioso al terreno, agitando los puños en el aire, gritando consignas aplastantes contra el enemigo. No sé si este último le oía porque no se le veía por ahí. Los que sí veían y oían, como espectadores, cualesquiera fuera su ubicación, se sentían afortunados por no ser el antagonista de ese furioso arrojo. El primer contrincante además de recio ostentaba unas dimensiones colosales, al menos en corpulencia, y en el juego psicológico que también forma parte de las peleas, la balanza se inclinaba totalmente hacía el primer contrincante. Se escuchaban declames como un arrullo ubicuo, omnipresente, el primer contrincante afirmaba con toda seguridad que el enemigo no tendría oportunidad contra él. Pero el segundo no aparecía. Todos miraban a las cámaras, había una tormenta de flashes, los puños cerrados eran intimidantes; se notaba a leguas que traían su tiempo de cosecha de todo aquel resentimiento. Creo que en los anales de la historia está demostrado que la fuerza responsable de movimientos y rebeldías ha sido el resentimiento, y no el amor como muchas ideologías y religiones han pretendido decir. De todas maneras, eso tampoco viene al caso.



Las leyes de la contienda estaban echadas al entendimiento. El twitter con sus libertades y libertinajes a diario las recordaba, todo el mundo tenía, tácito en su mente, el concepto que el primero que pusiera un pie fuera del tatami perdería la pelea. Pasaba el tiempo y el primer contrincante seguía aguardando por el segundo, que ni señales de humo daba. Desde el principio, siempre me llamó poderosamente la atención que en esta pelea además de discordancia, tampoco se contaba con un réferi. De hecho se echaba tanto de menos uno y era tanta la anarquía subsecuente que antes de mostrar los dictámenes reglamentarios, las características, habilidades y debilidades de cada combatiente; ya el primer combatiente estaba montado en el tatami invadiendo con sus dimensiones magnánimas los espacios del terreno por el que se luchaba la aquiescencia.  



Yo pensaba que como en otros tatamis del mundo, la demora del contrincante sería interpretada como una derrota por forfait. Al menos se hubiese exigido la dimisión sobrentendida por las diferencias volumétricas que están descritas líneas atrás; pero una cosa piensa el burro y otra el que lo arrea, y en esta gran pelea yo no era más que un observador.



Comenzaron a aparecer como kamikazes los que estaban a favor del segundo contrincante, llamaban revoltoso a su ímpetu. Lanzaban dardos desde la invisibilidad que les proporcionaba infiltrarse en las filas del enemigo. Un dardo a la corva, otro al talón de Aquiles –que siempre es un punto débil en los colosos bañados en la Estigia-, varios para la columna vertebral. Al principio la bestia grandiosa parecía enfurecerse más, parecía que los golpes le daban más fuerza a su resentimiento. Ya había dicho yo al inicio que era una pelea muy desigual. Seguía pasando el tiempo, se aclamaba enardecido al segundo contrincante,  y este no aparecía. El twitter, obseso en su libertad y anonimato, le llamaba cobarde; en las radios hubo un paradójico halo de mutismo protagonizado por la música, los periódicos denunciaban los dardos con el proyectil agresor en mano y restos de sangre, de acuerdo a como fuera su afinidad se declaraba culpable al uno o al otro. A los neutrales, a los que Dante les prometió el infierno, pero que nunca han dejado de existir les parecía que las acciones de cada bando eran un teatro; o peor, un juego de marionetas. La televisión internacional servía del camorrero típico, ustedes entienden perfectamente a lo que me refiero. El primer contrincante picaba el anzuelo y seguía batiendo los puños en el aire, como si con eso le golpeara la quijada al enemigo que anhelaba tener al frente.



Luego el segundo contrincante apareció en las roídas televisoras censuradas anunciándole a su retador que en tanto él quisiese entrar en la contienda se acabaría al cabo de segundos. Al parecer parecía muy seguro de la adhesión que tenía para mantenerse firme en el tatami. Yo me preguntaba cómo iba a ser esa lucha, sin duda sería técnica lo que usaría porque en fuerza estaba visto que el primer contrincante llevaba la ventaja. Mientras tanto los dardos caían inclementes en algunos puntos claudicantes. El tiempo pasaba y los puños al aire ya no eran tan vigorosos, amainó paulatinamente el arrullo. El primer contendiente estaba entendiendo que el segundo jugaba con el tiempo, en él se estaba transformando en un verdadero resistente. Pero seguían los golpes de los kamikazes, eran ineludibles. El gigante era como un Gulliver en medio de liliputienses infiltrados.



El sensacionalismo del inicio fue haciéndose realismo, hasta los medios internacionales se estaban aburriendo de la bronca. Razón tenía mi abuela al decir que el mayor escándalo del mundo duraba máximo tres días. El segundo contrincante seguía sin aparecer y el primero se fue debilitando y dispersando, ya sea aburrido por la inacción o sea por los dardos que le hacían sangrar las coyunturas. Estoy seguro que eso se hubiese evitado si un árbitro fuera mediado la pelea, pero ya se sabe que para esta desigual y curiosa contienda no se contaba con uno. Tal vez por miedo a ser golpeado por un puño perdido, o más bien un dardo perdido. Es cierto que en cualquier tatami del mundo se le asegura la integridad al réferi, o al menos se fabrica la misma a base de fuerza y/o amenazas. Pero no vale la pena arar en el mar, sabiéndose desde el inicio que esos beneficios deseables no existieron en este tatami.



De un momento a otro se apareció en el tatami el segundo contrincante, no sin sorprender a su enemigo, probablemente eso era lo que aguardaba al jugar con el tiempo. Le plantó con exceso de arrogancia un golpe descomunal en la mandíbula al primer contrincante, y este que había perdido por completo la base de sustentación se comenzó a desparramar lentamente fuera de las fronteras del tatami. No hacía falta un árbitro para declarar con total seguridad y desconcierto quien había sido el ganador absoluto e indiscutible de la contienda.



Como tal vez se pueda deducir, por las dimensiones extraordinarias del primer contrincante, aún hoy sigue cayendo fuera del tatami, triste y resignado al entender que contra el tiempo, la trampa y la imperturbabilidad del segundo contrincante no hubiese podido; a menos, claro está, que hubiese un respeto a las reglas preestablecidas, pero eso no iba a suceder, justamente porque por  ese irrespeto es que se había cultivado el resentimiento que había iniciado la querella a muerte.



Fue así como inicio entonces, la migración masiva de venezolanos –o primer contrincante- al exterior. Como dije anteriormente eran tales sus dimensiones que después de ese golpe del segundo contrincante aún hoy siguen cayendo fuera del tatami de novecientos dieciséis mil cuatrocientos cuarenta y cinco kilómetros cuadrados.
 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario