“El
vértigo significa que la profundidad que se abre ante nosotros nos atrae, nos
seduce, despierta en nosotros el deseo de caer, del cual nos defendemos
espantados.”
José Saramago – Claraboya.
Tomada del álbum de Instagram de @acsa_nqn20 |
La
última vez que la vi fue en una tarde lluviosa que me senté frente a sus ojos,
días antes del desenlace final que pensaba regalarle a su propia dislocación
con la realidad del país. Entre sorbos de cappuccino y una brisa suave que le batía
el cabello me contaba de su anacronismo con la Venezuela que le había tocado
vivir ahora que era profesional, una inevitable percepción de sentirse en el aire le corría con un ligero nistagmo
por la mirada. Sus impresiones del país de los sueños vahídos eran casi todas
negativas, ilustradas por una melancolía que le brotaba de la piel: una mezcla
de esperanzas y utopías de país, de patriotismo y de familia.
No
es la primera vez que despido a alguien que prefiere la incertidumbre forastera
a la desidia criolla: siempre encuentran el más minúsculo refugio en cualquier
bocanada de optimismo, cualquier señal que por imperceptible que sea les dé un
hálito de convencimiento en lo que han tomado por decisión. La inclinaba a
saber, con palabras sencillas, que la decisión más correcta era la que a ella
le hiciera feliz.
_ ¿Te
vas?- Atinó a preguntarme.
Les di mis razones personales para quedarme.
El
siguiente rumbo de la conversación fue proyectivo para la entrañable amistad
que nos unía, bosquejamos como nos la arreglaríamos para mantener el constante
contacto y apoyo. Creo que era importante para ella tener un plan siendo que yo estaba inamovible en mi posición de no
abandonar el país: el temible fantasma del que ella precisamente huía.
Me contó sin lujos de pormenores su pavor a las despedidas; para todos los submundos a los que iba a
descontinuar con su definitiva ausencia era mejor tener separaciones
progresivas a manera de pequeñas dosis,
huyendo de una sobredosis de la ponzoña que terminaría por romperle su descalabrado
amasijo de pensamientos y sentimientos. Al final del trecho venenoso de las
despedidas había una puerta luminosa tras la cual se oían cantos gregorianos, a
esa puerta ella le llamaba: la puerta de
escape (¡Ay de ella sí se encontraba una bandera de franjas tricolor con
estrellas blancas antes de cruzarla!).
Otras amistades fecundas rompían también el vilo de la
cotidianidad, quizá también amores frustrados (como casi todos). Quedó
entredicho que cada presencia tiene un
trasfondo de interés en cada latitud de su macrocosmos. Comenzó también a cavilar
si serían correctas las propias promesas que se plantó para evitar el mestizaje
de su convicción con los matices nativos a los que renunciaba.
_ ¿Cómo romper una promesa?- se
preguntaba.
Afloraban las expectativas,
en su nuevo universo sería exótica y anónima. Un prisma de reflexiones tenía
como epicentro sus iris ámbar, esa sensación de transitoriedad que le daba su titubeo
era como el vértigo: le producía una honda sensación en el pecho pero le atraía
ineludiblemente. Se iba a un sitio donde la
vida era al revés, y hasta imaginable.
Yo sólo era un espectador silencioso en su soliloquio
multidireccional y teniendo como cebador sus observaciones trémulas, la propia carga
de mis inclinaciones le daba respuesta a mis propias vacilaciones… “debe ser arrecho ser extranjero” pensaba
mientras admiraba su ambivalencia de valentía/cobardía al migrar.
Se me escapó, monosilábico una palabra como un mantra que
me seguía:
_ Historia.-
Ella (con sus ojos) hizo reticencia en el aforismo periódico
que era necesario que terminase una para que comenzase otra /
yo
me refería a la historia como pasado conductor de las consecuencias que
vivíamos, en la nación maltratada y con identidad tenue que habitábamos.
_ ¡Coño,
a este país se lo llevó el diablo!
– Concluíamos ambos, casi al unísono.
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