domingo, 22 de junio de 2014

El Vértigo de la Emigración.

“El vértigo significa que la profundidad que se abre ante nosotros nos atrae, nos seduce, despierta en nosotros el deseo de caer, del cual nos defendemos espantados.”
José Saramago – Claraboya.


Tomada del álbum de Instagram de @acsa_nqn20
La última vez que la vi fue en una tarde lluviosa que me senté frente a sus ojos, días antes del desenlace final que pensaba regalarle a su propia dislocación con la realidad del país. Entre sorbos de cappuccino y una brisa suave que le batía el cabello me contaba de su anacronismo con la Venezuela que le había tocado vivir ahora que era profesional, una inevitable percepción de sentirse en el aire le corría con un ligero nistagmo por la mirada. Sus impresiones del país de los sueños vahídos eran casi todas negativas, ilustradas por una melancolía que le brotaba de la piel: una mezcla de esperanzas y utopías de país, de patriotismo y de familia.

No es la primera vez que despido a alguien que prefiere la incertidumbre forastera a la desidia criolla: siempre encuentran el más minúsculo refugio en cualquier bocanada de optimismo, cualquier señal que por imperceptible que sea les dé un hálito de convencimiento en lo que han tomado por decisión. La inclinaba a saber, con palabras sencillas, que la decisión más correcta era la que a ella le hiciera feliz.

_ ¿Te vas?- Atinó a preguntarme.
     Les di mis razones personales para quedarme.

    El siguiente rumbo de la conversación fue proyectivo para la entrañable amistad que nos unía, bosquejamos como nos la arreglaríamos para mantener el constante contacto y apoyo. Creo que era importante para ella tener un plan siendo que yo estaba inamovible en mi posición de no abandonar el país: el temible fantasma del que ella precisamente huía.

    Me contó sin lujos de pormenores su pavor a las despedidas; para todos los submundos a los que iba a descontinuar con su definitiva ausencia era mejor tener separaciones progresivas a manera de pequeñas dosis, huyendo de una sobredosis de la ponzoña que terminaría por romperle su descalabrado amasijo de pensamientos y sentimientos. Al final del trecho venenoso de las despedidas había una puerta luminosa tras la cual se oían cantos gregorianos, a esa puerta ella le llamaba: la puerta de escape (¡Ay de ella sí se encontraba una bandera de franjas tricolor con estrellas blancas antes de cruzarla!).

  Otras amistades fecundas rompían también el vilo de la cotidianidad, quizá también amores frustrados (como casi todos). Quedó entredicho que cada presencia tiene un trasfondo de interés en cada latitud de su macrocosmos. Comenzó también a cavilar si serían correctas las propias promesas que se plantó para evitar el mestizaje de su convicción con los matices nativos a los que renunciaba.
      
    _ ¿Cómo romper una promesa?- se preguntaba.

   Afloraban las expectativas, en su nuevo universo sería exótica y anónima. Un prisma de reflexiones tenía como epicentro sus iris ámbar, esa sensación de transitoriedad que le daba su titubeo era como el vértigo: le producía una honda sensación en el pecho pero le atraía ineludiblemente. Se iba a un sitio donde la vida era al revés, y hasta imaginable.

   Yo sólo era un espectador silencioso en su soliloquio multidireccional y teniendo como cebador sus observaciones trémulas, la propia carga de mis inclinaciones le daba respuesta a mis propias vacilaciones… “debe ser arrecho ser extranjero” pensaba mientras admiraba su ambivalencia de valentía/cobardía al migrar.

     Se me escapó, monosilábico una palabra como un mantra que me seguía:
_ Historia.-

    Ella (con sus ojos) hizo reticencia en el aforismo periódico que era necesario que terminase una para que comenzase otra /
yo me refería a la historia como pasado conductor de las consecuencias que vivíamos, en la nación maltratada y con identidad tenue que habitábamos.


_ ¡Coño, a este país se lo llevó el diablo!Concluíamos ambos, casi al unísono.

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