viernes, 29 de julio de 2016

Idealismo (renuncia).



Yo no te veo. Mis pensamientos no pueden rozarte. No estás aquí. Hay un amasijo de pensamientos pajuos, unas cuantas cicatrices, esfinges de nuestra autoinmunidad. Ya sabes, nosotros mismos nos dañamos y construimos un drama de trescientas páginas y diez mil lágrimas.

   El muro de la madurez ya ha sido erigido. Algunos años han enfriado el amor que se profesa en la juventud, como un Werther trillado. Somos treintones, ahora el mundo tiene un sentido lógico, el insomnio es realmente un problema. Tanto te esfuerzas, tanto tienes. Invertimos en una moneda llamada tiempo, y  obtenemos resultados que gastamos compulsivamente. Es un estúpido círculo vicioso, un eterno retorno. El extraño fenómeno de la cotidianidad.


   Contigo aprendí que la tranquilidad se paga con renuncias. Detrás de la serenidad hay vicisitudes, cosidos anfractuosos. Yo no te veo, no necesito verte. Ni siquiera cuando suena mi canción de Aretha Franklin, ya no me dan arrancones, ni necesidades locas. No te veo, ni cuando me miro en el espejo, quizá tenga un estoicismo precoz, un desdén por la intriga. Es probable que haya aceptado ser otro esclavo del tiempo, diluido en el sinpensar del día; es probable que siga sonriéndole -pero esta vez de lejos-  a la idea del súper héroe. Sigo siendo el mismo, aunque no te vea, aunque ahora entienda a Proudhon y a Warren, y me diviertan los experimentos sociales de los libros de Saramago, para ser un crítico amante de la teoría, admirador de las doctrinas rotas.

domingo, 24 de julio de 2016

Obsesión por la duda.

No estoy bien. Me duele el cuerpo como nunca me había dolido. De hecho me duele todo. Decir que me duele es un mantra. Ha sido  rápido. He perdido peso, estoy demacrado, no puedo deprimirme cuando me miro en el espejo, siento que no hay tiempo para eso; en su lugar una vacilación me invade el ánimo. Por algún instinto, quizá literario, pensamos que los finales son esclarecedores, pero son en realidad un amasijo con más dudas, un desbarajuste intelectual. Pero me gusta, me sobrepasa mi amor por las dudas.


No puedo replegarme, así lo decidí. En pleno quebranto, me tamizo más en el gentío, soy un citadino anónimo. Mis ojos desencajados y mi silencio no importan. Decidí negarme al tratamiento, vanos fueron los soliloquios del doctor. Tengo cáncer, amo la agonía que me produce, es como una gran duda. Pienso en las palabras incisivas de la enfermera: a usted lo mató su ignorancia. Musito el memento mori: la ignorancia es mantenerme enamorado de la duda. La muerte es un hermoso silencio.

domingo, 17 de julio de 2016

No importan los años del vino, sino que guste.

Quizá el compromiso nos construye, vale la pena pensarlo, ahora que en retrospectiva vemos que logramos sacudir el polvo de nuestra alma. Ya sea con magia de besos o versos, como los que se escapan de la nada cuando no hay alternativas a la pasión, entre tu espalda y la pared; o con la prerrogativa de un frenesí pasajero, de esos que sabemos que producen amnesia y sueños vívidos.
           
   Conseguimos socavar las inseguridades del tiempo, los encandilamientos de la soledad, las miles penitencias del confort.

Nos adentramos en el más allá que es centrípeto, soltando el mando en la marea y allí planeamos, como cayendo sin intranquilizarnos por la caída: el amor es así, irreverente y omnipotente. Pero ahora ya no tenemos que esperar que nos lo cuenten, somos escribanos de una evidencia que es nuestra, y también lo hemos comprendido, hemos cimentado nuestro universo de secretos.

Ahora estamos echados en el mito y en la caverna, pero no le damos la espalda a la fogata de Platón. Podemos comprender de donde viene todo, de la complicidad inmanente, y el dulce sabor de boca que nos da contarnos. Es más que una algarabía de hormonas, o una parábola traducida al lenguaje corporal, digamos el compás de tu baile o lo sinuoso de nuestros labios arropándose. Tanto es así que hay un aire de necedad en las palabras.


Necesitamos de lo abstracto y de esta inmensa avidez de cantarnos el deseo y la felicidad por caminar de la mano entre tanta mierda.