No
estoy bien. Me duele el cuerpo como nunca me había dolido. De hecho me duele
todo. Decir que me duele es un mantra. Ha sido rápido. He perdido peso, estoy demacrado, no
puedo deprimirme cuando me miro en el espejo, siento que no hay tiempo para
eso; en su lugar una vacilación me invade el ánimo. Por algún instinto, quizá
literario, pensamos que los finales son esclarecedores, pero son en realidad un
amasijo con más dudas, un desbarajuste intelectual. Pero me gusta, me sobrepasa
mi amor por las dudas.
No
puedo replegarme, así lo decidí. En pleno quebranto, me tamizo más en el gentío,
soy un citadino anónimo. Mis ojos desencajados y mi silencio no importan. Decidí
negarme al tratamiento, vanos fueron los soliloquios del doctor. Tengo cáncer,
amo la agonía que me produce, es como una gran duda. Pienso en las palabras incisivas
de la enfermera: a usted lo mató su ignorancia. Musito el memento mori: la ignorancia es mantenerme enamorado de la duda. La
muerte es un hermoso silencio.
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