lunes, 30 de noviembre de 2015

Secuela.

Pintura del austríaco Egon Schiele

    Aún recuerdo los últimos días, cuando te visitaba en tu antigua casa en la gran avenida. Solía salir de ahí con el corazón descompuesto, a patear las aceras hasta la parada del autobús, sintiéndome miserable por tantos intentos fallidos, con la esperanza muerta y las manos en los bolsillos.

    Era un adicto.

    Por supuesto que me daba cuenta de tu desplante, pero no tenía otras opciones. La esperanza, como una vez predijo Nietzsche, me resultó un camino viable, procrastinar era menos doloroso.

    Lo pienso hoy, varios años después, pasando por la gran avenida. Claro, sin furia, ni corazones descompuestos. Con conciencia de un recuerdo que se volvió insignia, sin rencores.

    Te perdoné el desdén y todas esas veces que nos rompimos el alma. Coño, pero lo que no te he perdonado es esta jodida secuela: nadie después de ti ha aprendido a mitigarme la misantropía postorgásmica.

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