martes, 15 de abril de 2014

La cosmogonía del aprendizaje. Una crítica sesuda a la ciencia moderna


En medio del irrazonable torbellino de ideas que hacen hábitat en mi percepción, he decidido que mi primera entrada formal de este blog sea una crítica jokeriana* al discípulo moderno, para ello recomiendo al visitante la lectura de la primera parte del cuarto capítulo de la novela del literato español Pío Baroja, “El árbol de la ciencia” publicada en 1911, sección que lleva por nombre Plan Filosófico.
           
            Para quienes deseen obtenerla en formato .pdf, les dejo un enlace de descarga aquí

Es en epítome y parafraseo una encriptada conversación que sostiene Andrés Hurtado – el protagonista de la novela -  con su tío Iturrioz, un vasco de arraigado pensamiento academicista y conservador.

El primer trazado de la conversación hace alusión a las rutas de aprendizaje en las ciencias modernas, en las cual el dicente es considerado un archivo vacío donde se debe descargar información en forma más o menos desordenada. El docente por su parte es un ente aleatorio, y por sobre todas las cosas una montaña importante de arrogancia sobre la cual impone sus visiones socavando la manumisión intelectual. Para estos últimos las libertades van y vienen; así como sus salarios y jubilaciones, propio de las profesiones enarboladas límpidamente por el capital y no por la pasión.

Para Andrés, que en este caso tiende a exhibir una filosofía jokeriana; es importante conservar en la máxima expresión que le sea posible su autonomía, teniendo en apartheid al trabajo. Bien lo expresa con su frase: “no se paga el trabajo, sino la sumisión. Yo quisiera vivir del trabajo, no del favor.”

El segundo punto debatido hace alusión a la enmarcación del pensamiento que para Iturrioz desde su visión cautelosa, debe tener alguna estructuración puntualizada y para Andrés no es más que una disidencia total de los criterios insustancialmente tomados como preestablecidos; siendo esto último un postulado propio de la Crítica a la Razón Pura de Inmanuel Kant. En forma hibrida (y sin perder la armonía), Andrés hace una combinación poco rigurosa con el negativismo de Arthur Schoppenhauer al afirmar:  

“¿Y qué?  Uno tiene la angustia, la desesperación de no saber qué hacer con la vida, de no tener un plan, de encontrarse perdido, sin brújula, sin luz a donde dirigirse. ¿Qué se hace con la vida? ¿Qué dirección se le da? Si la vida fuera tan fuerte que le arrastrara a uno, el pensar sería una maravilla, algo como para el caminante detenerse y sentarse a la sombra de un árbol, algo como penetrar en un oasis de paz; pero la vida es estúpida, sin emociones, sin accidentes, al menos aquí, y creo que en todas partes, y el pensamiento se llena de terrores como compensación a la esterilidad emocional de la existencia.”

 desprendiéndose de aquí la separación más o menos esquemática de las actitudes científicas en dos tipos de corrientes: lo práctico y lo teórico.

           
Es usual que un gran grupo de intelectuales prefiera instituir el conocimiento y su proceso de obtención bajo un sentido totalmente flemático: esto hace que su forma de pensamiento sea ordenada y, como lo esboza Iturrioz, enmarcada en vía de una estructura que solapadamente se acepta. No en vano gran porción de los avances categóricos de la ciencia (incluyendo sus métodos) han sido encajados por pragmáticos. Para ilustrar la organización pragmática del pensamiento, citaré una fracción del diálogo creado por el gran Sir Arthur Connan Doyle en “El estudio en Escarlata” donde hace sugerencia grandilocuentemente  a la forma de razonar del señor Sherlock Holmes:

“Yo creo que, originariamente, el cerebro de una persona es como un pequeño ático vacío en el que hay que meter el mobiliario que uno prefiera. Las gentes necias amontonan en ese ático toda la madera que encuentran a mano, y así resulta que no queda espacio en él para los conocimientos que podrían serles útiles, o, en el mejor de los casos, esos conocimientos se encuentran tan revueltos con otra montonera de cosas, que les resulta difícil dar con ellos. Pues bien: el artesano hábil tiene muchísimo cuidado con lo que mete en el ático del cerebro. Sólo admite en el mismo las herramientas que pueden ayudarle a realizar su labor; pero de éstas sí que tiene un gran surtido y lo guarda en el orden más perfecto. Es un error el creer que la pequeña habitación tiene paredes elásticas y que puede ensancharse indefinidamente. Créame llega un momento en que cada conocimiento nuevo que se agrega supone el olvido de algo que ya se conocía. Por consiguiente, es de la mayor importancia no dejar que los datos inútiles desplacen a los útiles.”

           
El pensamiento tersamente teórico tiende a ser holístico y caótico, y es justamente en este constructo donde se sustenta la filosofía jokeriana: se trata pues de refutar lo que está aparentemente aceptado. Esto hace claudicar las peanas del pensamiento pragmático creando un estado de anarquía ya que no hay sustentáculo que pueda considerarse como punto de partida. Cuando Andrés en el diálogo con Iturrioz insinúa una esterilidad emocional en la existencia, se refiere justamente a esa pérdida de brújula intelectual propia del existencialismo filosófico. Para Andrés (y en este escrito, para los educandos) la autonomía intelectual debe prevalecer como régimen de búsqueda individual de la verdad y de la concepción cosmológica: “Yo busco una filosofía que sea primeramente una cosmogonía, una hipótesis racional de la formación del mundo; después, una explicación biológica del origen de la vida y del hombre…” afirmaba en su disputa.
Por cierto que para Sócrates, el gran filósofo de la antigüedad, esta postura era la más lógica y consentida en su alegoría “el verdadero conocimiento viene de adentro.”

            Es ciertamente esperable la secesión al pensamiento libre y pro-anarquista con argumentaciones sensatas: la cimentación es necesaria para la edificación humana y ello resulta corrientemente como señala Iturrioz al inicio de la conversación en un embrutecimiento metódico que sin embargo termina alcanzando un fin mercantil. Ante la indefensión lógica de tal actitud y la evasión a la querella queda ese bello plan idealista espetado por Andrés: “Me llevará a saber, a conocer. ¿Hay placer más grande que éste?

            Voltaire, en sus “Cartas Inglesas” publicadas en 1734 afirma valientemente: “Dividid el género humano en veinte partes; diecinueve están compuestas de los que trabajan con sus manos, que nunca sabrán que hay un Locke en el mundo; en la veinteava parte restante, ¡qué difícil es encontrar hombres que lean! Y entre los que leen, hay veinte que leen novelas contra uno que lee filosofía. El número de los que piensan es excesivamente pequeño y ésos no se preocupan de turbar al mundo.”

            Este ensayo hace ulteriormente una ardid solicitud de emancipación en las imaginaciones frescas proporcionadas a los discípulos actuales, a fin de acrecentar esa aproximativa relación graficada por Voltaire: no se trata vilmente de turbar al mundo, pero sí de turbar al pensamiento; esencialmente el caos que se genera de la polifragmentación del raciocinio es más ecuánime. “El caos es más justo” dice el Joker.

            Más libertad y menos sectarismo.

            ¿Por qué tan serios?



*Filosofía jokeriana: Se refiere a la síntesis anarquista ejecutada por el Joker (como agente del caos), personaje interpretado por el desaparecido actor Heat Ledger en la cinta del director Christopher Nolan, Batman: The Dark Knight.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario