En
el infierno, en una asamblea ordinaria entre los distintos demonios, zares de
cada unas de las locaciones del inframundo; estaba siendo discutido el corolario
de las inquisiciones demoníacas en la historia de la humanidad.
De
pronto, en el centro de la hoguera principal, se visualizó en la superficie de
la tierra a un hombre quien sobreexcitado escribía un pergamino y agradecía al
cielo. Los demonios al unísono se interesaron por la expresión de aquel hombre
y fueron tras él. El hombre terminó de escribir el papiro y se echó a correr
por la muchedumbre y aunque Belcebú,
Asmodeo, Amón y Leviatán lo persiguieron, no pudieron alcanzarlo cuando este
alcanzó a asilarse en el templo.
Trémulos regresaron al infierno, donde vieron a Lucifer, el Rey de las Tinieblas, inmutable mirando al centro de la llamarada.
_
Pero… ¿Qué hace, su majestad? ¿No se ha interesado por ese humano? - Preguntó
Leviatán, demonio de la envidia.
_
Por supuesto que sí. Lo he visto todo desde aquí.- Respondió Lucifer con
senectud.
_
Pero su majestad, ¡se ha escapado! – Replicó Amón, demonio de la ira.
_
En efecto y mejor que así haya sido. – Se dibujaba una sonrisa maliciosa en la
tez de Lucifer.
_ ¿Y no le preocupa? ¡Ese humano tenía
un trozo de la verdad! – Apuntó desesperado Belcebú, de
monio de la gula.
_ De ninguna forma, todo lo contrario.
Ese humano con ese trozo de verdad creará una religión y salvará su alma, es
verdad. Pero nos entregará a cambio millones de almas que seguirán esa religión
de forma nimia y asesinarán en su nombre. – Replicó magistralmente Lucifer.
_ ¡Es cierto! JA, JA, JA, JA, JA. –
Contestaron al unísono los demonios.
Boceto medieval de la quema de los Templarios |
Y
aquella asamblea, culminó en una gran fiesta con razones suficientes para
celebrar.
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