domingo, 27 de diciembre de 2015

JAZZ: Un antídoto dominguero.

Yo pienso que los domingos por la noche deberían celebrarse con una buena copa de vino y algún fraseo al azar. Tal vez con una calculadora en la mano y en la otra una batuta imaginaria dirigiendo All the things you are. Mirar la noche siempre es un buen método, vuelve terapéutico el rito y hace el favor de amortiguar algunos impactos que sobrevienen al ejercicio de retrospectiva final-semanero.

En los domingos por la noche me exorcizo y luego renazco. El ponsigué amella la lengua y las notas bajas hacen escaleras, un buen pensamiento debe ir acompañado de una banda sonora y algún recuerdo gustativo. Cuando llega el final de la semana trato de olvidarme de Schopenhauer: “la vida oscila entre el sufrimiento y el tedio”, al menos como un ejercicio de reforzamiento. Siempre una voz interna no muy convencida sonríe como Louis Amstrong.

También me olvido de los lunes.

Los domingos por la noche son solo el vino y las vibraciones que rasguñan el silencio. Lo he dicho: jazz y vino. La voz de Ella deroga los pensamientos, no son asequibles los balances domingueros. La vida es tan leve que solo cabe la improvisación. Pienso que en Nueva Orleans a finales del siglo XIX la gente encontró el sentido. Pero no cesaron los debates, claro, tampoco cesaron los domingos por la noche ni la famosa idea del eterno retorno.

Debo decirlo aunque no suene muy consolador para un domingo por la noche: si cesase el sufrimiento y el tedio, los domingos con sus lunes, la improvisación, el sentido, las Nuevas Orleans, este cielo de Cabudare, si cesase todo, entonces florecería el silencio. Como dice Isabel Allende: “la vida es puro ruido entre dos silencios abismales.”





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