Yo
pienso que los domingos por la noche deberían celebrarse con una buena copa de
vino y algún fraseo al azar. Tal vez con una calculadora en la mano y en la
otra una batuta imaginaria dirigiendo All
the things you are. Mirar la noche siempre es un buen método, vuelve terapéutico
el rito y hace el favor de amortiguar algunos impactos que sobrevienen al
ejercicio de retrospectiva final-semanero.
En
los domingos por la noche me exorcizo y luego renazco. El ponsigué amella la
lengua y las notas bajas hacen escaleras, un buen pensamiento debe ir
acompañado de una banda sonora y algún recuerdo gustativo. Cuando llega el
final de la semana trato de olvidarme de Schopenhauer: “la vida oscila entre el
sufrimiento y el tedio”, al menos como un ejercicio de reforzamiento. Siempre una
voz interna no muy convencida sonríe como Louis Amstrong.
También
me olvido de los lunes.
Los
domingos por la noche son solo el vino y las vibraciones que rasguñan el
silencio. Lo he dicho: jazz y vino. La voz de Ella deroga los pensamientos, no son asequibles los balances
domingueros. La vida es tan leve que solo cabe la improvisación. Pienso que en
Nueva Orleans a finales del siglo XIX la gente encontró el sentido. Pero no
cesaron los debates, claro, tampoco cesaron los domingos por la noche ni la
famosa idea del eterno retorno.
Debo
decirlo aunque no suene muy consolador para un domingo por la noche: si cesase el
sufrimiento y el tedio, los domingos con sus lunes, la improvisación, el
sentido, las Nuevas Orleans, este cielo de Cabudare, si cesase todo, entonces florecería
el silencio. Como dice Isabel Allende: “la vida es puro ruido entre dos
silencios abismales.”